Ya han pasado 10 meses desde que las cosas cambiaron. Nunca voy a olvidar ese mes de Noviembre, cuando todo empezó a ser diferente. En aquel entonces, estaba con Carolina, mi novia, la que creía la mujer de mi vida; llevaba 9 meses trabajando como arquitecto en la empresa de un viejo amigo de la familia, Fernando, un segundo papá para mí. Estaba a punto de tener mi primer apartamento, me había esforzado mucho para reunir la cuota inicial e independizarme. Con tan solo 23 años, sentía que tenía todo al alcance de mis manos y era feliz. Pensé que nunca nada malo llegaría a pasarme. Pero lo que no sabía era que, en aquel mes todo iba a cambiar de una forma tan rápida, que aun trato de comprender lo que sucedió.
Yo siempre he sido una persona sociable, siempre he tenido muchos amigos, con los cuales salgo frecuentemente, casi siempre a rumbear. Mis salidas consistían en buscar mujeres, emborracharme y disfrutar el tiempo con mis amigos. Se podría decir que eran “rumbas sanas”, nunca había querido probar ninguna droga, no me gustaba la idea de perder el control de mi vida ni aunque fuera por un corto instante.
Ese sábado salía con carolina, que en mi opinión era la niña más linda de la facultad. Yo estaba nervioso, no sabía cómo actuar ni que decir, tan solo me preguntaba una y otra vez: “¿Y si no quiere volver a salir conmigo? ¿Y si le parezco muy aburrido? ¿Yo le gusto, ella siente algo por mí?”. Creo que por eso fue que ese día accedí a consumir marihuana, a mí no me gustaba la idea pero Carolina lo hacía y yo no quería parecer un “niñito” al lado de ella, quería que me tomara en serio así que lo hice. La experiencia fue maravillosa, uno de esos viajes que uno quiere repetir. Y así fue, desde ese momento empecé a fumar marihuana para sentirme como esa noche.
Ese noviembre transcurría como cualquier otro, pero no sabía que aquella tarde todo cambiaría para mí. Llegaba tarde de mi casa después de un largo día de trabajo, encendí la luz y grité mamá, esperando el “hola hijo, cómo te fue”, se me hizo raro no escuchar aquella réplica, pero pensé que estaba cansada y dormía en su cuarto por lo que no insistí mucho. Después de un rato se me hizo extraño que no se escuchara ni un solo ruido, por lo que decidí subir. Lo que vi aún me atormenta, aquella imagen marcaría el resto de mi vida. El pálido cuerpo de mi madre se encontraba colgando por el cuello meciéndose en una cuerda sujetada a una viga. Mi madre aun con los ojos abiertos expresaba en su gélida mirada los instantes angustiantes del final de su existencia.
El suicidio de mi madre me dejó devastado, me destruyó. Sentí que una parte de mi acababa de morir junto con ella. Yo no entendía porque lo había hecho, porque me había abandonado, ¿acaso ella no me amaba lo suficiente? Ese era el peor momento de mi vida. No sabía cómo actuar frente a los demás, qué pensar, qué sentir, ni mucho menos qué hacer de ahí en adelante. Estaba tan confundido que no quise enfrentar ese momento de profundo dolor, y preferí consumir cada vez más marihuana, y cuando esta ya no fue suficiente, comencé con polvo de ángel. Me sentí muy mal, conciliar el sueño se había convertido en una pesadilla, cada día era más difícil poder quedarme dormido y desconectarme por unas horas de la realidad. Luego de varios días, el cansancio, la falta de concentración y la constante sensación de tensión sobre mí me hicieron tomar la decisión de alejarme un poco más de mi novia, mis amigos y mis familiares. Yo no quería que me vieran así, no necesitaba su pesar ni compasión. Luego de tres semanas, tome la decisión de volver al trabajo, buscar a mi novia, hablar con mis amigos para así recuperar un poco mi vida. Por suerte, contaba con personas que comprendieron mi situación y me apoyaron en todo momento.
Luego de unos días nuevamente en el trabajo, empecé a notar que habían algunas cosas distintas. Cuando las personas me hablaban, yo no entendía muy bien lo que ellas decían. Me costaba trabajo entenderlas y dar una respuesta. Pensé que era el cansancio, por lo tanto compré pastillas para dormir y mucha más droga. Supuse que con eso todo volvería a la normalidad, pero esto persistía; y ahora era mucho peor. Sumado a esto, cada mañana al salir de mi casa para el trabajo, sentía que me perseguía la policía, ellos me querían hacer daño, de eso estaba seguro. Me querían capturar por ese delito que cometí, ese dulce que cogí cuando niño y nunca pagué. Además, cuando llegaba a la oficina, todos hablaban de mí, los escuchaba murmurar y sabía que planeaban hacerme daño.
Por aquellos días en la noche, cuando estaba en mi casa, las cosas no mejoraban. Al inicio, solamente no podía dormir y sentía que el vecino vigilaba constantemente mi apartamento con el fin de darle información a la policía para que me capturaran. Pero luego, la sensación de que me perseguían no era lo único que sentía, comencé a escuchar voces, al principio no distinguía muy bien que era lo que decían pero después todo se hizo más claro. Lo extraño era que las personas a quien escuchaba no estaban ahí, jamás las vi. Eran dos personas hablando entre ellas, que me decían: “imbécil”, “inútil”, “ladrón”, “iras al infierno porque le fallaste a nuestro señor”. Esas voces también me ordenaban realizar acciones que yo no quería hacer, al principio las podía controlar con un poco de música a un volumen alto; pero con el tiempo esto fue casi imposible. Esas voces, mi vecino, la persecución de la policía, mi insomnio… Todo esto, hizo que me fuera muy difícil regresar a trabajar. Controlar esta situación se tornó imposible.
Un día, cuando desperté, estas voces rudas y cruentas, me decían que matara al perro de mi vecino para vengarme por lo que él me hacía, espiarme y querer entregarme a la policía merecía un cruel castigo. Yo trate de evitarlas de todas las formas que se me ocurrieron, pero al llegar el anochecer no pude seguir evadiendo etas ordenes guiadas por Dios, no podía seguir desobedeciéndolo. Fue así como me dirigí a la cocina y cogí un cuchillo, yo no recuerdo bien que pasaba por mi cabeza en ese momento pero supongo que solo seguía órdenes, una orden que debía cumplir. Cuando abro la puerta del apartamento, para dirigirme hacia donde mi vecino, me cuentan mis amigos que me ven con un cuchillo, decidido a hacer daño. Como ellos eran tres, procedieron a quitarme el cuchillo y cogerme de mis extremidades para evitar que cometiera una locura. Inmediatamente me llevan a la clínica más cercana pensando que estaba intoxicado con alguna sustancia y eso me tenía actuando de manera extraña. Sin embargo, luego de estabilizarme y hacerme muchas preguntas, el medico llega a mi cubículo y me dice… Andrés, lo que tú tienes es ESQUIZOFRENIA.
Hola Paola, me encantó la historia. Mientras la iba leyendo iba pensando en diferentes diagnósticos. Primero pensé en depresión, después en drogadicción, pero con el desenlace de la historia me orienté por esquizofrenia, el diagnóstico final. Planteaste muy bien los síntomas y algunos desencadenantes de esta enfermedad.
ReplyDeleteMe parece muy importante como en la historia relatas esa "patadita" que puede llevar a desarrollar enfermedades mentales, eso que a muchos puede no afectarles para otros puede ser lo que determine el curso de una vida con o sin enfermedad mental
ReplyDeleteMuy buena la historia, amarra fácilmente al lector y dan ganas de no parar de leerla para saber que pasa al final. Excelente forma de describir la patología, quedan muy claros los síntomas y los desencadenantes de la patología.
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